Sesiones Musicales

Somos música.

Somos melodía, ritmo, intensidad.

Ya al nacer, el ser humano tiene el primer contacto con la voz de su madre, de su padre, unas voces que, gracias a una entonación delicada, representan la primera melodía que oye el bebé. Más adelante, al largo de toda una vida, consciente o inconscientemente estaremos rodeados de música. Y cuando hablamos de música también hablamos de algunos sonidos cotidianos que nos acompañarán, sin nosotros saberlo, durante toda nuestra vida: desde las olas del mar que visitábamos los veranos hasta la sierra del abuelo cortando madera. De todas formas, para resumir la actividad musical que realizamos con los abuelos, nos centraremos en la música tal y como la conocemos.

Una vez a la semana intentamos olvidarnos de las penas mientras recordamos y cantamos canciones. Recordar para olvidar.

Acompañados por una guitarra, cantamos algunas de las canciones que los abuelos recuerdan con más cariño: Clavelitos, Cielito lindo, Desde Santurce a Bilbao, Adelita, La bella Lola, Guantanamera, Quizás, quizás, quizás, y cualquiera que vaya apareciendo por nuestra memoria, por sus memorias.

Con estos pequeños ejercicios nos vamos paseando por épocas, por instantes.

No se trata de cantar bien sino de pasarlo bien.

También trabajamos la memoria y la lectura a base de recordar y leer la letra de las diferentes canciones. Incluso es interesante descubrir otras versiones, pequeños cambios en algún verso, que puede tener la letra de una canción dependiendo del lugar de procedencia de cada abuelo.

Hay en estas sesiones también algo de liberador, y la timidez del principio desaparece en cuanto las voces se unen y nos sentimos parte de un grupo. Eso es algo a destacar de las actividades musicales, que nadie quede desplazado, que cualquier abuelo, aunque no le apetezca ese día cantar, se sienta partícipe del momento, ya sea dando palmas o simplemente escuchando.

No nos importa la entonación o si hoy estamos afónicos o afónicas, lo único que hacemos es intentar evadirnos a través de las canciones. Mientras cantamos incluso se nos quitan las ganas de ir al lavabo, y aquel dolor de cadera con el que amanecimos se queda esperando en un rincón hasta que acabemos.

La música amansa a las fieras, sí, pero también libera de dolores, transporta a lugares, nos emociona y nos hace reír.

Eso es lo que intentamos en estas sesiones de una hora a la semana, a través de las historias que encierran las canciones escribir la nuestra a base de recuerdos, como si juntáramos retales de una camisa o de un pantalón.

Diego Cruz

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